domingo, 12 de diciembre de 2010

Opinion - Pedro Carabante Medina -

SIN SOL, SIN SAL, SIN SON, SIN MIRAMIENTO




El verdadero artista flamenco se distingue porque en cada actuación intenta ofrecer algo novedoso, sorpresivo, fruto de la inspiración del momento. Actúa siempre a pecho descubierto, viviendo momentos de auténtica pelea con el cante, buscando sin tregua ese instante mágico que cuando aparece, en comunión con el auditorio, hace que esta manifestación artística sea única y nos conmueva hasta en lo más profundo de nuestro ser. Hoy en día la gran mayoría ofrecen en sus recitales y actuaciones un producto elaborado en la trastienda, descafeinado, con mucha cocinilla, sin espontaneidad alguna, simples fotocopias que a fuerza de reproducciones mal elaboradas van perdiendo el brillo y la nitidez del original que intentan plagiar. Con ese método de trabajo se pierde la naturalidad y el misterio de una música que tan arraigada está a los sentimientos, que debe transmitir emoción a la hora de ejecutase. El “duende” hace ya tiempo que comenzó a distanciarse de esta forma de actuar tan alejada del verdadero cante jondo. La originalidad, salvo raras excepciones, es cada vez más escasa. Se escuchan siguiriyas que no suenan a siguiriya o guitarristas que ejecutan falsetas tan elaboradas y armonizadas que no recuerdan en absoluto el estilo que están intentando expresar, bailes tan alejados ya de la matriz flamenca que para entenderlos habría que realizar un curso intensivo de ballet ruso.

Con la tan traída y llevada excusa de la evolución, se está aguando el vino desde hace mucho tiempo. Se está adulterando la solera del auténtico arte jondo. La evolución de cualquier disciplina artística está sometida siempre al genio y al ingenio creador del artista que, dotado del talento necesario, va dejando, por decantación, a lo largo de toda su obra la huella de su singular manera de sentir. Van Gogh, Cezanne, Picasso, etc., hicieron posible con su creatividad y talento la evolución del arte de la pintura. Lo mismo hicieron en el flamenco Manuel Torre, Chacón, La Niña de los Peines, Caracol, Mairena, Javier Molina, Montoya, Ricardo, Melchor,… Por desgracia, desde hace tiempo, estamos sufriendo la aparición de un ejército de gente de lo más normalita que se autoconsideran auténticos creadores y transformadores de un arte que desconocen, porque, o no lo han mamado, o despreciando la herencia de nuestros mayores, no se preocupan por aprender ahondando en sus raíces más auténticas, esas que sirvieron de sustento a tantos intérpretes ya desaparecidos, los mismos que a base de fatigas nos hicieron llegar el genuino tesoro de la mejor expresión musical del pueblo andaluz.

En estos días se están emitiendo en Canal Sur una serie de programas dedicados a celebrar el reconocimiento del Arte Flamenco por parte de la Unesco como PATRIMONIO CULTURAL INMATERIAL DE LA HUMANIDAD, titulados: “El Sol, La Sal, El Son”. Dichos programas están presentados por Jesús Quintero y el torero Francisco Rivera y pagados con el dinero de todos los andaluces. Es de juzgado de guardia el contenido que en su mayor parte se ofrece a la audiencia. Los verdaderos valores de este arte brillan por su ausencia. Ahí se está dando gato por liebre. Eso es un insulto a la afición flamenca. Es un espacio deshabitado de toda razón, vacío, como las innumerables sillas que decoran su escenario. Ya es hora de plantarle cara a tanto desaprensivo que pisotea, sin compasión, el caudal sonoro más preciado de Andalucía dándole cancha a una plebe de impostores dispuestos a pescar a sus anchas en el río revuelto de euros en que han convertido a nuestro patrimonio artístico los políticos de turno, que son los que, por desgracia, tienen hoy el poder necesario para hacer de la rica capa del flamenco su sayo particular. Al frente de tanta inquisición, la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, que prima con su complacencia económica a muchos pseudo artistas que dócilmente apesebrados se alimentan con ricas subvenciones en sus dadivosas manos, dejando abandonados la mayor de las veces a verdaderos portadores del arte gitano/andaluz que se las ven y se las desean tratando de sobrevivir a duras penas frente a la corriente destructora del nuevo “flamenquito” que nos quieren imponer con calzador y sin anestesia.

Ahora que tan de moda está la inclusión del flamenco en las aulas, son estos nuevos barandas los que deberían matricularse hasta aprobar tan flamenca asignatura, y así evitar que se nos siga insultando con espectáculos tan bochornosos y degradantes como los que está emitiendo la televisión pública andaluza, que provocan la vergüenza y la indignación en las auténticas almas flamencas.


En contadas ocasiones el aficionado tiene la suerte de liberarse de tanta morralla y encontrar el antídoto idóneo en una reunión de auténticos cabales. Esa suerte la tuvimos hace unos días en la veterana Peña Flamenca Los Cernícalos. Desde Madrid se desplazó para estar con nosotros el guitarrista Juan Antonio Muñoz y presentar el magnífico libro que ha publicado relatando sus recuerdos de Antonio Mairena, con el que le unió una estrecha y fructífera amistad que se vio enriquecida con innumerable correspondencia y multitud de documentos sonoros grabados en la intimidad que dan testimonio de la obra tan importante que nos ha legado el maestro de los Alcores.

Tras finalizar la presentación del libro y el debate que se produjo a continuación, la guitarra de Juan Antonio propició que poco a poco la reunión fuera entrando en situación. El sabor flamenquísimo del toque inolvidable de Melchor de Marchena ejecutado a la perfección por Juan Antonio, fiel seguidor de su escuela, abrió de par en par las puertas del sentimiento a los allí presentes. El eco plazuelero de Manuel Moneo le contestó a la guitarra con una gama de cantes por soleares y siguirillas de una justeza y de un sabor tan gitano que hizo brotar más de una lágrima de emoción a los que tuvimos la suerte de vivir dicha velada. No encuentro palabras para expresar con exactitud lo que esa noche compartimos con la familia Moneo. Barullo y su hijo Manuel a la guitarra pusieron el contrapunto a tanto derroche de autenticidad cantaora, por derecho, como mandan los cánones. Dichosa la rama que al tronco sale. Gracias, Manuel Moneo, por recordarnos que todavía no se ha secado el manantial tan fecundo que hizo que el nombre de Jerez se escribiera con letras de oro en la historia del Arte Flamenco.

Desde las peñas flamencas tenemos mucho que decir a la hora de poner los medios necesarios que eviten la contaminación tan dañina que está sufriendo nuestro arte, debemos intentar entre todos que el son, la sal y el sol no pierdan el brillo que ha estado iluminando el talento y la creatividad de los auténticos transmisores del espíritu gitano/andaluz y flamenco de nuestro pueblo.

Pedro Carabante Medina

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