Entre
bucólicos paisajes que han retratado una legión de pintores enamorados de los
contrastes de luz y de la paz que irradia, discurre la verde estela sinuosa del
río Ira -Uad el Ira/Guadaíra- salpicada en su recorrido de molinos árabes. En
lo alto de la loma que circunda el cauce, el recinto del castillo milenario de
donde el pueblo toma su nombre, al-kalat. Las cuevas horadadas en la soleada
ladera sur son oscuros testigos de azarosas vidas que transcurren entre fatigas
y pesares, llantos de niños, ladridos de perros y malos olores.
En el
extrarradio, olivares, huertas y descampados, donde a veces sobresale algún extraño paisaje artificial, un desierto selenita; las canteras de donde se extrae la roca
de albero que una vez pulverizada en arena, alfombra los ruedos de las plazas
de toros.
Las
largas noches de trabajo “a la calor del
horno” dan paso a madrugadas de pan caliente cargado en las angarillas de
las bestias que se hacinan en los vagones del tren camino de la capital.
Un tropel de mujeres se dirige a los almacenes, las escogedoras. Doloridas manos trabajadoras que seleccionarán aceitunas en interminables horas de incesante movimiento.
Un tropel de mujeres se dirige a los almacenes, las escogedoras. Doloridas manos trabajadoras que seleccionarán aceitunas en interminables horas de incesante movimiento.



Estas
son las estampas de Alcalá de Guadaíra en la década de 1920-1930, llamada por
algunos Alcalá de los Panaderos, o Alcalá de los Pintores …
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